El Correo (o vasco, non o compostelán) publica un artigo no que fan toda unha defensa da polbería de Ezequiel:
El secreto del pulpo de Ezequiel
- La tradición empuja a los peregrinos a una vieja pulpería de Melide para comer raciones de ‘a feira’ con cachelos y vino Ribeiro. Japoneses, ingleses, españoles… todos terminan cantando
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Hambre voraz
Quedan sólo 55 kilómetros para Santiago, nos chiva uno de los cientos de mojones indicativos colocados cada medio kilómetro en Galicia. Nos volvemos a encontrar de frente con Danielle, la mujer que peregrina al revés, quien lleva recorridos 3,4 kilómetros para coincidir con su marido en la mitad de la etapa. Le recomendamos que en Melide hagan una parada en Casa Ezequiel y coman pulpo. Luego nos lo agradecerán.
A la entrada de Melide se sitúa el Bosque de los Peregrinos, donde se alza un joven roble con una placa en memoria a Miguel Ángel Blanco, el concejal de Ermua asesinado por ETA (19-7-97). Sus padres son de esta localidad coruñesa, como tantos otros emigrantes gallegos en Vizcaya, que regresan en sus vacaciones. De fondo suena el ‘cri-cri’ de los grillos. El paisaje empieza a cambiar. Los castaños y robles dan paso al pino y el eucalipto, un árbol que arrasa la tierra en la que se planta.
A mediodía llegamos con hambre voraz a Casa Ezequiel, la pulpería de Melide en la que tradicionalmente los peregrinos paran a comer. El negocio lo abrieron Ezequiel y su mujer justo después de casarse, en 1960. Dentro de dos años cumplirá las bodas de oro. Entonces, cocían el pulpo en la calle y cuatro mujeres vestidas de negro les ayudaban a cortarlo y servirlo. Los comensales se sentaban en bancos corridos y las mesas eran tablones. Hoy, el ‘alma mater’ está jubilado y su mujer sufrió recientemente una trombosis de tanto trabajar. Ahora llevan las riendas su hija Mercedes y su yerno Jorge, un digno sucesor que ha aprendido el oficio de cocinar el octópodo al estilo de la casa.
La pulpería ha sufrido varias remodelaciones y, aunque mantiene la esencia, tiene capacidad para 600 comensales. Jorge desvela que el secreto de su receta es «que el pulpo sea del país», mientras extrae de un cubo varios cefalópodos rosados. «Los congelamos de ocho a diez días para matarles el nervio». Ezequiel vende 150 kilos de pulpo al día, y eso que «se nota la crisis; hace dos años eran 300 kilos». La gente llega por oleadas; las mayores, de 1.30 a 4, y por la noche, sobre todo los sábados y domingos.Pimienta y sal gorda
Jorge cree que los peregrinos acuden en masa a su local, en el que lleva trabajando 18 años, «por la forma de atenderles. Nosotros y todo Melide, si no es por los peregrinos, estaríamos a verlas venir», señala pasándoles los dedos por la nariz en un claro gesto. «Muchos dicen que son un estorbo, pero no», sentencia.
Primero calienta el agua. «El pulpo tiene que estar tieso, las hembras no se comen porque son como goma al masticar». «Lo tengo diez minutos hirviendo y después hora y media de descanso en el agua», detalla. Una vez listo, se corta con unas tijeras y se sirve sobre platos de madera. El toque final es la sal gorda y el pimentón, que se vierten de botes de colacao con agujeros en la tapa, a modo de salero. Cada ración cuesta seis euros. El pulpo se acompaña con cachelos, pan de aldea y otras delicias de la gastronomía gallega, todo ello regado con tazas de vino blanco ribeiro. De postre ofrecen a elegir una tarta de Santiago empapada en oruxo o una de queso de la tierra. Por último, un café de puchero y chupito. El efecto del alcohol se nota en los peregrinos -japoneses, ingleses, australianos… comiendo pulpo a dos carrillos- que terminan cantando y montando un gran alboroto.
No para de entrar gente. «Este negocio te da para criar a tus hijos y vivir relativamente bien, dándote algún pequeño lujo en verano, pero en invierno no hay gente». Mientras nos habla, Jorge está pendiente de las mesas y de los clientes que entran. «He aprendido a respetar a quien te deja un duro y a dar de comer a quien no tiene». Es la filosofía que tanto éxito ha dado a sus suegros.
En una de las mesas se sienta un grupo canario; en realidad son «cuatro ‘conejeros’ (de Lanzarote) y un canarión, que les trajo a todos». Sergio, Marcial, Paco, Paco Juan y Pedro. El primero, que ata su pelo rizado negro en una coleta baja, se confiesa un poco desencantado. Le fastidia el afán de la gente por llegar a los sitios. «Santiago no lo es todo, lo importante es el camino. Nosotros nos vamos relacionando con los lugareños, no tenemos prisa, pero algunos peregrinos sólo piensan en llegar al albergue, no disfrutan. Esto es un jolgorio, la gente va en gua-gua (autobús), ¿qué camino es ése?», protesta. Empezaron en Cebreiro, y no planean las etapas, sino que paran y duermen cuando se sienten cansados; tampoco saben cuándo van a llegar a Santiago. Juan lo ha pasado bastante mal. «El lunes estuve caminando con fiebre, y además tengo una lesión muscular, pero no quiero abandonar».
Con la tripa llena de pulpo y el Ribeiro corriendo por las venas, los peregrinos continúan su marcha. Aún quedan 13 kilómetros y medio hasta Arzúa. ¡Puf!
O artigo pareceume moi atinado, aínda que iso de que Ezequiel vive dos peregrinos non me parece realista, pois antes de 1993 a polbería xa tiña moita xente. Outra cousa é que tivese pouca actividade de luns a venres, pero durante as fins de semana sempre funcionou ben (ou iso lembro). Aínda que tamén hai que ter en conta que daquela había moita menos competencia.
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